Soledad: un desafío demográfico mortal que crece en silencio

Por: Sandra Campos (*), especial para Capital 24

Pero la soledad y el aislamiento social no son solo estados emocionales, también pueden ser letales. Entre 2014 y 2019, la soledad se asoció a más de 871.000 muertes anuales, lo que equivale a 100 muertes por hora. Ahora tenemos pruebas irrefutables de que la salud social –nuestra capacidad para establecer y mantener vínculos humanos positivos– es tan esencial para nuestro bienestar como la salud física y mental. 

La soledad, especialmente en la vejez, no es una condena ni un síntoma inevitable del paso del tiempo. Es un problema social que puede abordarse desde múltiples frentes y que requiere conciencia colectiva. En un país que envejece aceleradamente, garantizar vínculos, pertenencia y participación es tan importante como garantizar la salud y los ingresos. Es un desafío comunitario que afecta a millones de adultos mayores y que demanda respuestas múltiples, coordinadas y urgentes. En un país donde la población envejece aceleradamente, la soledad aparece como un síntoma silencioso de transformaciones sociales, económicas y culturales más amplias.

Muchos mayores conviven con familiares, tienen vecinos o reciben visitas ocasionales, pero aun así se sienten desconectados, sin un rol claro y sin la seguridad emocional que brindan los vínculos cotidianos. La soledad es la sensación de no pertenecer, de no tener con quién compartir la rutina o pedir ayuda sin sentir que se genera una carga. Es una experiencia subjetiva, pero sus consecuencias son concretas: afecta la salud mental, agrava enfermedades crónicas y reduce la calidad de vida.

A medida que un país envejece –más del 15% de la población supera los 60 años y el porcentaje sigue en aumento– también crece la cantidad de personas que viven solas, que tienen vínculos sociales debilitados o que pasan días enteros sin mantener una conversación significativa. El fenómeno atraviesa todas las clases sociales, todas las provincias y todas las realidades familiares.

A diferencia del aislamiento físico, la soledad es una experiencia interna.

Ya no depende sólo de cuántas personas hay alrededor, sino de la sensación de no pertenecer, no ser escuchado o haber perdido los vínculos que daban sentido a la vida cotidiana. Especialistas en gerontología advierten que la soledad prolongada incrementa el riesgo de depresión, deterioro cognitivo, enfermedades cardiovasculares e incluso mortalidad. La Organización Mundial de la Salud ya la clasifica como un factor de riesgo comparable al sedentarismo o al tabaquismo.

En la Argentina, el fenómeno toma características propias. Según datos del INDEC, mucho más de un millón de personas mayores viven solas, en su mayoría mujeres, otros viven en hogares de larga estadía donde también la soledad se hace presente y otros, no tan mayores y como sea que habiten, igualmente la padecen aunque no la expresan porque una cosa es la soledad elegida y otra es la soledad padecida

Un grito que no queremos escuchar

La soledad en la vejez es difícil de medir y aún más difícil de hablar. Muchos adultos mayores no lo expresan por pudor, por temor a “molestar” o porque sienten que admitirlo es un signo de debilidad. Sin embargo, en entrevistas y estudios cualitativos que desde Masa Madre Consultora hemos realizado, aparece una constante: la sensación de que el tiempo “se estira” en unos o se “hace eterno” en otros pero indistintamente, la vida va perdiendo el sentido  cuando no hay con quién compartirlo.

Para quienes enviudaron, para quienes perdieron amigos o para quienes viven lejos de sus familias, la soledad puede convertirse en un peso emocional cotidiano. La falta de conversación regular afecta no sólo el ánimo, sino también el funcionamiento cognitivo: la mente se vuelve menos estimulada y el aislamiento profundiza la desconexión; aquí es donde la apatía, el desgano y  la depresión, comienzan a afectar la salud integral.

Factores estructurales y cambios sociales

Los especialistas señalan que la soledad crece porque el entorno cambió. La vida urbana es más acelerada, y la presencia de vecinos, comercios y espacios comunitarios disminuyó respecto de décadas anteriores, ya sea por desconfianza, desinterés, o falsas compañías que otorgan las redes y el mundo digital y los vínculos intergeneracionales que se volvieron más frágiles y hasta nulos en algunos casos.

En simultáneo, la expectativa de vida aumenta. Muchas personas llegan a los 80, 85, incluso 90 años y más, pero no siempre con redes vinculares activas. La longevidad es un logro, pero jamás debería vivirse aislada

Es una experiencia subjetiva, pero sus consecuencias son concretas: afecta la salud mental, agrava enfermedades crónicas y reduce la calidad de vida.

Qué funciona: estrategias y opciones para no padecer de soledad

Propósito: Los expertos coinciden en que existen múltiples estrategias que ayudan a prevenirla o aliviarla. No se trata de “entretener” a la persona mayor, sino de  estimular la generación de una vida con un propósito/s.

Comunidad: Los clubes de barrio, centros culturales, bibliotecas y programas institucionales siguen siendo uno de los pilares más efectivos. 

Intergeneracionalidad: Hacer crecer  los proyectos intergeneracionales: mentorías, emprendimientos rentables, apoyo escolar o grupos de escritura/lectura, acompañamiento, nuevos aprendizajes, etc. Estos espacios no sólo reducen la soledad, sino que mejoran la percepción social del envejecimiento

Hábitos: Tener horarios, sostener actividades y mantener pequeñas rutinas sociales marca una diferencia significativa. La estructura diaria funciona como una red de contención emocional.

Alfabetización Digital: Aunque persisten brechas y resistencias, la alfabetización digital viene creciendo. Para muchos adultos mayores, aprender a usar un smartphone no sólo amplía su comunicación, sino que aumenta su autonomía.

Salud emocional: Pedir ayuda también es un acto de fortaleza. La soledad sostenida impacta en la salud mental, pero muchas veces se trata como un tema menor. Los equipos de salud recomiendan abordar el problema con la misma seriedad que cualquier otra condición.

Mascota: Tener una mascota con responsabilidad, transitar, rescatar, adoptar también es un factor protector probado: mejora el ánimo, favorece la movilidad y facilita el contacto social con el entorno ya que se establecen diálogos espontáneos con otras personas, facilitando la  socialización. Esto no siempre implica un costo imposible para una jubilación.

En conclusión, la soledad no siempre se combate con más compañía, sino con más sentido. Cuando cualquier persona, joven o adulta, siente que puede aportar, enseñar, coordinar, organizar o guiar, su autoestima mejora y la sensación de aislamiento disminuye. 

Un desafío que requiere políticas sostenidas

Diversos organismos internacionales recomiendan que la soledad se aborde desde políticas públicas integrales: urbanismo amigable, transporte accesible, espacios comunitarios activos, programas de acompañamiento, redes intergeneracionales y alfabetización digital. La clave es anticiparse, no actuar sólo cuando la persona ya está aislada pero aún falta un enfoque más sistemático: medir, diagnosticar, acompañar y sostener.

El desafío no es sólo prolongar la vida, sino asegurar que esa vida pueda compartirse. Porque ninguna persona debería envejecer sintiéndose sola, y porque cada vínculo que se construye o se recupera es, también, una forma de cuidado.

La familia, por su parte, continúa siendo un pilar fundamental, aunque no debe cargar con toda la responsabilidad. Pequeños gestos cotidianos –una llamada regular, un mensaje, una visita semanal, pedir una opinión, compartir fotos– ayudan a sostener la presencia emocional. No se trata de “estar todo el tiempo”, sino de estar disponibles, atentos, presentes en la medida de lo posible.

Pero el desafío no termina ahí, la soledad de los mayores interpela a cada ciudadano: a los vecinos que pueden saludar, ofrecer ayuda o invitar a un adulto mayor a una actividad del barrio; a los comerciantes que conocen los nombres de sus clientes de siempre; a las instituciones que pueden abrir sus puertas; a los jóvenes que pueden aprender de otras generaciones; a los medios como Capital 24, que visibiliza este y otros temas afines, sin prejuicios, porque esto también es hablar de actualidad, de política, del mundo que habitamos  y co creamos, de inclusión, de Derechos y Deberes.

Es un problema de Derechos: el derecho a la participación, al acompañamiento, al acceso a espacios significativos, a mantener vínculos y a no ser relegado. En este sentido, la sociedad argentina enfrenta un desafío que trasciende a las familias y llega a los niveles comunitarios, institucionales y estatales; pero también de Deberes, pues cada uno debe dejar de creer que la soledad en la vejez es un destino.  

En un país donde la longevidad ya es un hecho, el próximo paso es garantizar que esa longevidad sea vivida con compañía, con sentido y con participación.

(*) Directora de  Masa Madre Consultora.

Especialista en Economía Plateada y Longevidad Positiva.